El sargento Montes y su compañera Esteban, aparecieron la escena del crimen pronto de mañana, como suelen hacer cuando la investigación lo requiere. Acostumbrados a trabajar juntos desde la llegada del sargento a Madrid en 1999, pertenecían al cuerpo especial de investigación de la Policía Nacional. Habían sido convocados la tarde anterior por el subinspector Viloria, Jefe de la Brigada de Investigación. El caso, sin pistas iniciales aparentes, pintaba cuanto menos delicado. Una decena de muertes por ahogo - había dicho el subinspector al llamarles a su despacho.
El museo de Ciencias Naturales, custiodado por agentes desde la noche anterior, no había sido evacuado. Al entrar los vigilantes de seguridad, previa identificación rutinaria puesto que no iban de paisanos, les hicieron entrar amablemente. El director del centro, el señor López, les esperaba con un café en la mano. Su actitud, receptiva y lejos de ser recelosa, no extrañó a Montes que sabía que el uniforme le daría una confianza extra que no necesitaba.
- Señores, si desean acompañarme por estas escaleras-dijo el señor López.
En el descansillo entre el bajo y el primer piso se encontraba la escena del crimen, una pecera de aproximadamente un metro y medio de longitud y cuarenta centímetros de anchura. Suficiente para albergar los preciados peces tropicales que el museo guardaba desde hacía cerca de diez días. Provenían de las cálidas aguas tropicales donde habían sido capturados por un excentrico amante del mundo acuatico. El señor López, explicaba lo sucedido con un tono que dejaba entrever cierta resignación.
- El lunes, cuando los primeros empleados entraron como de costumbre a eso de las 8:30, los encargados de la sección tropical encontraron a los peces muertos. Nadie se explica que pudo ocurrir puesto que el viernes a las 20:00, cuando el museo cierra, los encargados dejaron el sistema de bombeo y de alimentación conectados como de costumbre.
- Está claro que si supieran lo que había ocurrido, no estaríamos aqui- comentó la agente Muñoz cansada de prolegomenos y con cierta gana de que les dejaran hacer su trabajo.
- Si, claro, claro- respondió el director hablándose al cuello de su camisa y notando su lenta introducción-. Voy a hacer llamar al encargado del acuario, el señor Barreira. Enseguida vuelvo. El director cruzó por una puerta que rezaba "Sólo personal autorizado" y los agentes se quedaron sólos.
- Siempre igual - le comentó Muñoz al sargento. Éste le sonrió con complicidad aunque en esta ocasión pensó que la agente se había sobrepasado.
- Me imagino que esta gente tendrá camaras grabando sus preciosidades las 24 horas del día, ¿no?. ¿Usted que cree, mi sargento?.
- Seguramente, contesto Montes, encaminándose hacia la garita de seguridad.
-Oiga, perdone -dijo Montes fríamente- ¿podrían sacarnos una copia de la grabación realizada durante el fin de semana de la camara que apunta a la pecera?
- Lo siento, contestó el guardia. El contenido de la camara fue borrado ayer lunes a las 7:30 de la mañana. Aparece aqui marcado en la pantalla.
- ¿Alguna idea de quien lo ha hecho?
- No, pero pocas personas están autorizadas a realizar dicha operación por el sistema informático. Desde aqui no se puede ver esa información. Tendrá que hablarlo con el director.
En ese preciso momento, López volvía con el señor Barreira, un hombre joven que vestía una camisa desarreglada y que iba bromeando con el director.
(a continuar?)
2 comentarios:
Bueno,bueno,parece que tambien te pica la curiosidad esto de escribir. por su puesto que te animo a continuar la historia. La trama me parece que puede ser buena, bien planteada y con intriga,pero quiza por unos peces yo no hubiera acordonado el Museo,a menos que eso lo relacione con algo muy importante (critica sana).
Te animo a que continues! Bezitos desde Dublin otra vez
Bueno gael, por fin he sacado tiempo para leerme el relato y me pregunto solouna cosa. ¿Por qué no lo has continuado? Algunos por aquí sabemos por donde continuan las pistas y solo nos falta una mente escritora que las plasme.
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